Se arrastró por las desiertas calles que pintaban una madrugada igual que la anterior, perdida en una pesadilla que nunca llegaría a creer que no era real. Siempre acababa gritando, intentos inútiles de liberar toda la rabia que la destruía poco a poco por dentro, aunque sólo conseguía que se adhiriera más a ella, como una ventosa. Maldita drogadicta. Así la llamaban.
Y mientras se golpeaba contra la esquina de un almacén, llegó él con su sonrisa de dientes perfectos, blancos y resplandecientes, al igual que sus globos oculares. Ella lo miró sin saber que su mirada delataba su adicción y su sonrisa rota, una obsesión de la que le era imposible escapar. Consiguió articular un 'Ayúdame' mientras se perdía de nuevo en el mundo de sombras en el que la sumía su cerebro alterado. Se desplomó sobre los brazos fuertes de él, los únicos en los que aún se permitía confiar, aquellos que le habían apartado el pelo de la cara minutos antes de sentirse completamente vacía, esos que la habían llevado a casa tras encontrarla durmiendo sobre un oxidado banco tras ser objeto de burla de un grupo de hombres. Aquellos brazos, que, después de todo, tanto había echado de menos.
Jodida estúpida descarriada. Así la llamaban.
Esos brazos no fueron tan resistentes como ella esperaba, y al dejarse caer sobre ellos acabó con la columna vertebral contrayéndose sobre el congelado asfalto. Esos brazos se desvanecieron y, al abrir los ojos, esta vez a la realidad, se dio cuenta que estaba sola. Sola, otra vez. Sola, como siempre.
Ella, sólo buscaba escapar de la realidad, una realidad que la había dejado de necesitar
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